VI
Aaaaah. La capitana sonrió satisfecha. Desencajó la cara de Wilo de entre sus fuertes muslos y se puso en pie para subirse los pantalones del uniforme de la Guardia. Sus hombres (Lonelo, Veose y Nibiara) se habían constituido en un cordón humano que impedía el acceso al callejón. Limpió con el reverso de la mano la boca húmeda del soplón.
– Mami está contenta, Wilocito, más tranquila ya. Ni te imaginas lo pesados que han estado el superior y el alcalde con el tema del niño. Casi insoportable. Pero tú siempre me ayudas, ¿verdad, guapito? – cogió al hombrecillo por la quijada, con fuerza, llevando sus labios hacia delante como para formar la caricatura de un beso. – Bueno, dime ¿qué sabes del niño? ¿quién lo tiene? Termina de hacer feliz a mami y no te romperé esos perfectos dientes tuyos estampándote esa carita de ángel tuya contra el empedrado.
Nibiara no estaba segura de que los procedimientos de la capitana estuvieran en el códice Órdenes de la Guardia sobre el que hace poco había jurado su cargo pero cada luna nueva cobraba el adicional de resultados con el que el Burgomaestre premiaba a los más diligentes agentes de la Ley. Por un lado, la admiraba; por otro, la temía. Sus dos compañeros, más veteranos en la ronda de la capitana, parecían acostumbrados pero no se les veía tranquilos. Nibiara no sabía si la obedecían por devoción, miedo o por mera costumbre.
– Vamos muchachos – rugió la capitana – parece que tenemos algo.
Lanzó un beso al aire en dirección al tembloroso Wilo.
– Y que nadie te moleste cariño. Si alguien te molesta en lo más mínimo explícales cómo me divierto contigo y lo enfadada que estaré si estás triste, corazón. – Y con una carcajada desagradable abandonó el callejón seguida del resto de la ronda sin pararse a mirar una vez más aquel pobre desgraciado.
* * *
Nilay estaba largo en el suelo, despatarrado y boca abajo como un bebé recién nacido tras vaciar las tetas de la madre. Como un bebé gigante. Garbek le arreó una patada en el vientre. Con todas sus fuerzas.
– Jodido patán grasiento hijo de un alce ciego adorador de Atramax… – El ladrón tubo que cejar en su retahíla de exabruptos para agarrarse las tripas. Apoyó la mano en la pared para no derrumbarse al toser.
El grandullón se levantó con torpeza usando la cuna de madera como una barandilla y llevándose la mano a la cabeza. No podía ver con claridad. Vio a su amigo apoyado contra la otra pared, escupiendo sangre, con la mano en la panza. Lo habían molido a palos y casi podía perder el conocimiento ahí mismo. ¿Y el crío?
No estaba. Ahora recordaba. Garbek se estaba retrasando mucho y el niño no dejaba de dar por saco, iba a zurrarle la badana cuando alguien lo golpeó.
Parece que Garbek aún podía sacar fuerzas para seguir mentándole a la madre. Le explicó su reunión con el patrón. Ahora tenían que matar al crío. Joder, ya podía aclararse el patrón. O lo encontraban y le rebanaban el cuello o estaban en el lodo. Hundidos hasta el cuello.
Garbek fue a la cocina a coger un par de cuchillos y unas bandoleras de cuero que le tiró encima con un gesto patético. Hay que salir, vamos. Si no damos con el renacuajo cantaremos en falsete.
* * *
Pronto amanecería. Nober, un tipejo escuálido y maloliente que por algo de oro vendería a su abuela se había tirado disimuladamente del lóbulo izquierdo nada más entrar la Guardia en La oreja cantora.
Como en otras ocasiones, se encontraron en el callejón. La mujer le sacaba una cabeza. Arrugando su gorro entre sus dedos grasientos, Nober no se atrevía ni a mirarla a la cara. Un borracho salió por la puerta trasera abriéndola con todo el peso del cuerpo, casi cayendo. Meó ruidosamente contra la pared del callejón y volvió a entrar sin percibirse de los guardias y la rata callejera.
Nober tartamudeó algo ininteligible y la capitana le propició un coscorrón.
– ¡Señora! ¡Señora, no me pegue! – parecía un niño gimoteando ante su madre fuerte y poderosa- Secuestrador necesitaba una casa. Casa pequeña para guardar algo, dijo. Lo habló con el Sonrisas y Nalgafofa -levantó la mirada tímidamente- Luego vino el socio con oro -aparece una tibia sonrisa- ¡El Sonrisas me invitó a frasca de vino para mí solo, toda todita! Tres cobres relucientes para el bueno Nober, sí, ya lo creeréis.
Zarandeándolo, los guardias le preguntaron varias veces si lo tenía claro. Claro, clarito, ricura, dijo amenazadoramente la jefa. Todos conocían a Garbek, el Sonrisas. Un bobo gordo que vivía de asaltar a otros borrachos o de amedrentar a extranjeros que estaban de paso en el barrio equivocado. Si le motivabas un poco te cantaba en alto Irustio. Y no se había inventado pocos testimonios para no dormir en el hoyo: un tío grande pero blandito.
Secuestrar no era su estilo. Y secuestrar al sobrino del barón le quedaba muy, muy grande. La capitana doy una palmada fuerte y ruidosa sobre la espalda del amedrentado soplón.
– Pero sólo a un verdadero cretino gordo y meón se le ocurriría secuestrar al sobrino de uno de los tipos más importantes de la ciudad, ¿verdad? –la capitana parecía satisfecha de sí misma-. Dadle cinco platas a este pichilla. Vamos, vamos. – Se frotaba las manos-. Hay mucho que hacer, haraganes.
* * *
Media hora más tarde, Nilay y Garbek apartaban a la gente de La oreja cantora. Iban hacia la barra del fondo, donde El Orejas solía emborracharse a costa de quien quisiera enterarse de los chismes de la ciudad. Pusieron una bolsa sobre el mostrador. Tres cuartas partes eran piedras, pero eso el viejo no lo podía saber.
– Dime amigo, ¿cómo te trata la vida? – Nilay sonreía con aquella bocota manchada de sangre y barro. – ¿Qué sabes de un niño rico y rubio que deambula por el barrio? Seguro que ha llamado la atención.
– Sé que lo busca la Guardia. Algún idiota lo ha secuestrado y Sor está poniendo las calles partas arriba con la Real y privados. Un chocho importante. – Movió la cabeza para que el tabernero pusiera una ronda.
Garbek iba a hablar pero Nilay le puso sus dedos grasientos sobre los labios del gigante.
– Alguien nos pagará por encontrarlo primero y podemos ser generosos contigo, amigo. ¿No puedes decirnos nada?
– Claro -dijo El Orejas sin apartar la vista de la barra – Esto os cuento. Estáis jodidos. La capitana D´hiroka y sus sabuesos están en el caso, Y hoy era su día libre. Está partiendo piernas como nunca y ha prometido no parar hasta tener las bolas del secuestrador (y al niño sano y salvo, imagino). – Echó un trago que vació el vaso y pidió otro con la mano, siempre sin levantar la vista – Esa mujer tiene las entrañas de un demonio y todo el mundo sabe que no jura en falso.
– Venga, viejo, dame más. ¿Nadie sabe nada del chico? Venga, es un niñito que duerme sobre seda y algodones, ha tenido que llamar la atención de alguien.
– Id a La suave caricia. Sirmojo dice que un crío ayudó a huir a una de sus putas que la ha armado con un cliente. La busca para marcarla y ofrece cien platas a quien se la devuelva. No sé si querrá algo con el chico.
Garbek le dio un beso en la frente.
– Eres un cielo, Orejas!, – dejó seis bronces sobre el mostrador y cogió la bolsa.
El Orejas levantó la mano derecha sin cambiar de postura, mirando siempre cabizbajo y hacia el frente.
– Podéis dejar la bolsa aquí, tanto os da. Ese crío es alguien importante y si os metéis en el fregado alguien os despellejará. – Acabó con otro vaso de aquel licor maloliente- Y guárdate el cuchillo, Nilay. Nada ganas con callarme ahora. Lo que os he contado ya se lo dije a la Real hace un buen rato. Además, Nober hizo el numerito del cachorro feliz y obediente con la capitana y su ronda. No os delataré si sois listos y no os metéis en problemas. – Bajó la mano lentamente hacia la barra y la golpeó con el índice dos veces – Poned unas monedas más para que el alcohol me ayude a olvidar.
Iban por detrás. Joder. Hoy no era su día de suerte. Y un ladrón sin suerte era carne de calabozo o de cadalso. Debían moverse rápido.